lunes, 28 de enero de 2013

¿Camino del silencio?


¡No quiero oír lo que oigo! (¡Vaya!). No quiero atender “necedades” ni prestar tiempo o energía a sonidos, ni a “noticias”, etcétera... En suma, ¿cómo recuperar el silencio cuando el estrépito parece turbarlo?
         La cuestión más o menos así expresada, es de permanente actualidad. Es verdad que el ruido parece llevar hoy no sólo la mejor parte sino el dominio absoluto. Y esto no sólo en la calle de una ciudad cualquiera, sino en las moradas, todas, hasta en los lugares más íntimos, tengan las características que tengan.
         Y, sin embargo, estamos llamados al silencio. Nuestra vocación es la paz...
         Claro, no hay modelos. Ni siquiera entre aquellos que debieran dar ejemplo en su vida de madurez y de quietud. Se suceden unos a otros en el grito, víctimas (¡tantos y tantos!) de la ansiedad y del desquicio interior...
         Pero se necesitan ¡tantas virtudes! para plasmar y encarnar una determinada conducta que nos eleve...
         La acedia se ha impuesto sin más. Y los resultados se muestran con claridad. Es el rechazo de lo espiritual que se percibe en todas partes y en lo cotidiano, cuando nadie puede elevar la atención a un nivel superior...
         Ahora bien, ¿qué hacer mientras tanto? Porque es preciso orar y para orar he de descubrir el silencio y la paz imperando en el corazón...
         Hay una puerta en el alma abierta al espíritu que, aunque escondida, muy escondida, nada ni nadie puede cerrar. A esa puerta se accede  dejándose mirar por el Señor. Cuando la práctica constante de esta suerte de “introducción” en los “ojos” de Dios acaba por ganar las hora y los días, el silencio que hay en el alma despierta y eso, eso que está molestando fuera, apaga su furor.
         Nada nos rapta tanto como ese “mirar” de Dios. No digo mucho más. Es posible y muy conveniente continuar... Pero, por ahora, podemos iniciar este ejercicio, apoyándonos en el respiro, en el soplo de vida que recibimos a cada instante.

         Alberto E. Justo

viernes, 25 de enero de 2013

permanece en el corazón


El ámbito de tu cuerpo es un misterio insondable. Se genera en nueva luz, en asombrosa luz. Ama y acepta el perfume de esas flores: acepta el rincón admirable de tu jardín.
         ¿Pensabas que Dios no te conocía? ¡Cuánto descuido...! Respiro profundo de Dios en la hondura inefable ¿Por qué temes?
         Alegría del arroyuelo. Serenidad en el agua que corre y corre... Hay un susurro escondido... Quizá la contemplación de ciertos espacios de vida puedan decirnos aquello que nuestras palabras no logran, lo que nuestra boca sólo puede callar.
         El corazón contempla y descubre en esos rincones que aparecen por todas partes, que nunca faltan, y con los cuales siempre hallamos una misteriosa y encendida comunión. Connaturalizad con la quietud, más allá y más adentro que lo exterior: son las fuentes inagotables del claustro del alma...
         Se me dirá: -esa rosa que ves es una danza de átomos y movimientos que no puedes imaginar... Es verdad, respondo yo, pero ¡hay más hondo, infinitamente más hondo que eso! Y es lo que no se ve ni se sueña y que el toque de la presencia que aparece ante mis ojos me revela en una imagen inefable. La belleza escondida habla por sí sola.
         Hallamos en el alma todas las semejanzas en su propio fondo. Admirable belleza que el corazón arranca y libera de todos los escondites o lugares que acierta a rescatar, descubriendo su propia maravilla y esplendor en la aparición insondable del ser.
         ¿Logras detenerte alguna vez? También en la hora de dolor horada esos muros con la luz que te es dada... Mira y ve más allá, más allá de tus ojos, más allá de ti... En tu corazón verás más allá de ti... Ahonda, luego de detenerte.
         En cualquier momento quédate donde estás. Es una práctica: un ejercicio: ¡detente!.. El silencio está ahí. Detente. Hay un claro en el bosque por el que vamos. Aquiétate aquí y reposa, descansa sobre la hierba, a la sombra de este árbol... Nada más.

         Alberto E. Justo


El silencio habla en tu corazón


No es necesario adherir a ningún escrito, ni detenerse a contemplar o a analizar esos arbustos. Tal vez sea útil un largo camino de olvido, o descender a esos valles donde sopla no sé qué aire fresco.
         Nuestra intención parece ser siempre “hacer esto o aquello”. Hoy vemos que eso que juzgábamos tan fundamental e importante no lo es en realidad...
         Volvemos, pues, a nuestro valle... Es música y es poesía. No hallamos otra gracia y otro esplendor que no sea ese canto sublime, al cual prestamos escasa atención.
         Quisiéramos encontrar resonancias en textos y en imágenes; arrebatar al papel inerte o a las reproducciones de “óptima resolución”, no sé qué cosas -¡y cuántas cosas!- que se nos ocurre que debemos aprender todavía...
         Pero hemos olvidado la lección mejor: “todo lo que buscamos está en el corazón.”
         Abandónate sin temor a tu andar, el más sereno. Cierra los ojos y ve. Ve dentro, en lo secreto. Todo ha callado por ahí fuera. Hoy sólo el silencio habla...

         Alberto E. Justo

domingo, 13 de enero de 2013

fecundidad de "no-saber"

Dios nos da a conocer (quizá a "ver" en profundidad) tantas situaciones humanas (propias y extrañas) y nuestra consiguiente "impotencia", para que conociéndolas así, como Él quiere, y aún sufriendo por ellas, seamos fecundos en la historia de su redención...
Este, quizá, sea el sentido de "ver" lo que tantos otros no ven, ni pueden ver.
Antes que condenar o censurar es preciso ofrecer y orar...
En efecto: el Señor nos encomienda por su gracia, lo que hoy, en gran parte ignoramos...
El alma contemplativa es así confidente y participante en la obra de Dios...

Alberto E. Justo

viernes, 4 de enero de 2013

"sin por-qué"


¿Caminar en la Noche? Quizá... O andar en soledad, aun en medio de multitudes. Nos preguntamos por el eco de nuestros pasos, por esto o por aquello que pretendimos llevar a cabo o que, simplemente, no hemos logrado nunca...
         Una y otra vez la misma pregunta, una y otra vez reaparece esa “desolación” que nos parece una derrota, un fracaso. Observamos alrededor nuestro y no acertamos con lo que verdaderamente ocurre...
         Los Santos Inocentes nos regalan una luz no sospechada...  La muerte padecida los asimila a los mártires... Pero ellos no supieron, no pudieron entender, como tantos millones de víctimas inocentes, no tuvieron “argumento” ni razón alguna que esgrimir, no supieron, no alcanzaron a adivinar siquiera...
         La fecundidad inimaginable de quienes “no-saben”, de quienes carecen de un “por-qué”, su silencio, nos anime a seguir, sabiendo que no sabemos, y confiando cada vez más en la única fecundidad de Dios.

         Alberto E. Justo